miércoles, 21 de marzo de 2012

El desencanto de Europa.



A la generación que fue educada en la inconsciencia del estado del bienestar, a la que le dijeron que su vida de occidental sería sencilla; los mismos a los que les preguntaban de pequeños que qué querían ser de mayores y respondían: médicos, periodistas, profesores… ahora se les llaman generación perdida y se les dice que viven la peor crisis desde la II Guerra Mundial. Pero aunque la realidad resulta cada día más evidente y el futuro más incierto, parece complicado quitarse el amodorramiento de encima y salir de la inercia del ocio-ocio-consumo-trabajo-consumo a la que nos acostumbramos tan fácilmente y que nos empuja a pensar, como un cimiento en la base de nuestro cerebro, que todo saldrá bien al final, igual que en las películas de Disney.

A pesar de todo, algunos grupos advertirnos de que por este camino el chiringuito es insostenible. Y no solo eso, nos alertan de que las víctimas de un sistema que ahora muestra su verdadera cara somos la mayoría. La gente. La crisis ha hecho  que la burbuja social tiemble: Europa, un continente acostumbrado a la prosperidad, es hoy el hogar de 23 millones de parados y 80 millones de pobres con los que no sabe qué hacer.
Como se explica en el documental El Desencanto de Europa, los ciudadanos se preguntan cuántos sacrificios más tendrán que hacer hasta que pase la crisis. Los gobiernos están aprobado ya los mayores planes de ajuste desde la postguerra: más impuestos, menos gasto social. Pero algunos avisan: no se puede creer que puedes recortar y recortar en gasto social y que no tiene efectos, porque no son números, son personas las que están detrás de esos números: personas que pierden su trabajo, personas que no pueden acceder a educación o sanidad…


Hoy, las tiendas de campaña en las plazas públicas se han convertido en un símbolo de la indignación ciudadana. Un símbolo que algunos, sin pensar que deberían de estarles a gradecidos, todavía miran con incredulidad, incomprensión e incluso desprecio. Pero lo cierto es que desde que los españoles tomaron la Puerta del Sol y empezaron a llamarse indignados, el movimiento, tomando como nombre el título del libro de Stépane Hessel, se ha extendido a centenares de ciudades de todo el mundo para denunciar que son los ciudadanos quienes están pagando la crisis con recortes en sus pensiones o en educación, mientras sus impuestos financian guerras y rescates a los bancos.

A sus 94 años, Stéphane Hessel ha sobrevivido a los momentos más oscuros de Europa: a la tortura de la Gestapo, al campo de concentración de Buchenwald… pero también a los más esperanzadores: es el único redactor aún vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.  Sobre Europa dice: el nacionalismo todavía está presente en muchos de nuestros países y todavía no hay una verdadera aceptación de Europa, de la moneda europea, de la unidad europea, como el punto a partir del cual vamos a construir un mundo nuevo más justo, más estable. Así que no hay que relajar la presión. Más que nunca les digo a los que me escuchan: permaneced movilizados.

Los cierto es que todos los lujos, todas las formas de vida que hemos ido adquiriendo y que hoy nos parece lo más normal, como volar de una ciudad a otra, ir en coche a todos los sitios, son cosas que probablemente no toda la humanidad en pleno, siete mil millones, no  pueden permitírselo y por lo tanto habría que pensar en una nueva cultura en que fuéramos conscientes de que no se puede crecer y no se puede gastar indefinidamente. Lamentablemente, parece que este cambio no vendrá por razones de racionalidad, llegará solo como consecuencia de una catástrofe. 



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